Personajes Alfonso Diez |
Estuve en Coatepec, Veracruz, desde el
jueves 23 hasta el lunes 27 de abril. La noticia ahora es grave y se refiere a
nuestra salud: la epidemia de influenza. Por coincidencia, yo estuve el último
mes y medio lidiando precisamente con un problema médico, no de mi persona,
sino de la hermana menor de mi esposa, Elsa, a la que atacó una rara enfermedad
conocida como Síndrome de Guillain-Barré.
Todo comenzó precisamente en Coatepec,
donde ella vivía. Un dolor en las pantorrillas, el 9 de marzo de 2009, que rápidamente
se transformó en una parálisis generalizada. Se vino a la Ciudad de México,
esperando la mejor atención: empezó en el Hospital Ángeles del Pedregal, siguió
en el Centro Médico Siglo XXI, del IMSS y terminó en el Hospital General de
Zona de Xalapa, también del Seguro Social.
En este último la recibieron el jueves
23, por la noche, procedente del DF, junto con la noticia de la epidemia.
Tuvimos mala suerte, porque debido a que procedíamos de la capital del país,
donde se originó la nota, temían el contagio. Una enfermera, comentándome sobre
las noticias alarmantes que aumentaban hora tras hora, me reprochó: “Ustedes traen la influenza a Veracruz”,
refiriéndose a todo aquél que llegaba de donde nosotros.
La rumorología empezó a trabajar: Nos
dijeron del caso de un niño de seis años de edad que, decían, acababa de
fallecer en la mañana, victima de la gripe porcina, ahí, en el mismo hospital
de Xalapa. Mencionaban otro caso y se referían sistemáticamente a la comunidad
de La Gloria, en Perote, Veracruz. Esto alivió un poco los señalamientos hacia
nuestras personas, porque se empezó a difundir la noticia, cierta o no, de que
ahí había comenzado la epidemia.
El caso es que el neurólogo que atendió
a mi cuñada, un médico de apellido Martínez, me dijo que la iban a mandar a su
casa de Coatepec, porque en el hospital corría más riesgo, debido a posibles
infecciones, incluidas las que ya la habían atacado en el Centro Médico:
Neumonía, infecciones en vías urinarias y vaginal que la tenían con fiebres,
presión alta, respiración deficiente, flemas constantes y dolores, malestar
general; sumado, todo eso, a la parálisis de sus extremidades provocada por el
síndrome que la abatió.
“Allá
en México necesitaban la cama, por eso nos la mandaron”, nos aseguró
Martínez, “pero aquí ya no podemos hacer
nada por ella, lo que médicamente se podía hacer ya se hizo, ahora viene el
proceso de recuperación y es mejor que lo haga en su casa, aquí no tenemos un
área donde la podamos internar para ese efecto, sería en Medicina Interna y ahí
se va a infectar”.
En la noche del viernes 24 nos la
trajeron a la casa de Coatepec en ambulancia, con una traqueostomía hecha en el
DF y el dispositivo, todavía en su garganta, que le impedía hablar. Pasó mal la
noche y en la mañana del sábado 25 tenía la presión un poco alta (150/100), que
le bajó con sus medicamentos.
Al mediodía, curiosamente, tuvo una
recuperación que no habíamos visto: movió un poco las piernas y los brazos, más
que nunca antes y sacó un poco la voz, se le entendía perfectamente. Estaba
feliz con el progreso.
Poco después de la una de la tarde
comenzó a tener problemas para respirar y los dedos de las manos se pusieron de
un color morado tenue. Llamamos a la ambulancia, a pesar de que ella nos
manifestó que ya no quería que la sacaran de la casa y me pidió que no llamara
a la ambulancia. Intentamos la respiración de boca a boca. Los paramédicos
llegaron muy rápido, pero ya no pudieron hacer nada. Elsa murió a las dos de la
tarde.
El 9 de mayo iba a cumplir 47 años de
edad. A lo largo del mes y medio que luchó por salir del Guillain-Barré mostró
un comportamiento admirable: Nunca flaqueó y no se mostró abatida, al
contrario, señalaba algunas de las cosas que debían hacerse a señas o dibujando
las palabras con la boca.
Cuando fallece algún ser querido,
tendemos a resaltar sus virtudes y olvidarnos de sus defectos; en el caso de mi
hermana política y de estos, mis comentarios, trato de ser objetivo y los
recuerdos que afloran en verdad son todos positivos. Era querida tanto por su familia,
como por sus amigos de toda la vida y por sus nuevos vecinos y amigos del
Fraccionamiento Casa Pinta, en Coatepec.
Tenía un poder de convocatoria que no
tenemos ninguno de los que la despedimos. Luchaba por su pequeño núcleo
familiar de cuatro personas, compuesto por su mamá, de 86 años de edad, su
hijo, de 12 y su esposo, de 62. Era la cabeza de ese núcleo y desde 8 meses
antes, cuando decidió dejar la inseguridad de la capital para irse a vivir al
Pueblo Mágico donde finalmente dejó su último aliento, recibía con frecuencia a
su numerosa familia, siempre con una sonrisa. En las despedidas se mostraba
genuinamente triste.
Se recuerda a los grandes hombres y a
las grandes mujeres por la obra que dejan, pero nos olvidamos de personas que,
como Elsa, no tienen una obra escrita, ni decenas o centenas de pinturas
plasmadas en los lienzos, o en las composiciones llenas de partituras
musicales, pero que dejan un calor humano insustituible.
Dejan el amor con que impregnaron todo
lo que hacían, hasta los mínimos detalles, desde la atención a las tareas del
hijo que cursa el sexto año de primaria, con devoción, sin desmayo, hasta el
inmenso cariño que demostraba día con día a su adorada madre, que ahora tendrá
que enfrentar, al lado del padre viudo, la educación que su hija más pequeña
anhelaba para su único vástago.
Qué injusto es este mundo en que
vivimos: “Se van los buenos”, lo comprobamos una vez más. Los periodistas
analizamos las noticias que sobresalen, es nuestra condición, y nos olvidamos
de otros, como Elsa, que, sin ser genios, dejan la huella indeleble de su
bondad, de su sociabilidad, de su preocupación por los demás.
Éste es mi tributo, ha fallecido un gran personaje y espero que estas líneas sirvan para enmarcar, con letras de oro, el nombre de Elsa Silvia Peñaloza García como lo que fue: un ama de casa, hija, madre y esposa común, pero ejemplar, que supo mantenerse estoica hasta el último aliento y que será recordada como alguien fuera de serie, mientras nuestra memoria siga viva. |